martes, 28 de diciembre de 2010

Navidad

Puta navidad, llena de falsedad – ¿Qué te regalarán por navidad? – Lo de todos los años, un poco de tristeza por aquí y un poco de soledad por allá – Juraría que esto era una fiesta llena de felicidad – ¡Claro! Pero solo un día, durante unas cuantas horas en las que compartiremos esa dulce falsedad – Cojamos un día cualquiera decoremoslo con luces de colores, engaños y sonrisas. Pintando así sobre capas de amargura y rencor dejándolo todo del color de la felicidad – Y después de ese día. ¿qué quedará? – Nada, sólo tristeza, amargura y soledad – Como todos los años nuestras lágrimas volverán, sin que haya cambiado nada esta mierda de navidad, impregnada en un ardid cálido de tanta frialdad – La gente seguirá muriendo ese día, a la muerte la navidad no puede engañar – Nuestros cuerpos se pudrirán por igual en navidad, por lo visto el tiempo tampoco celebrará nuestra festividad –¿Lo volverás a ver en ese día tan especial? – Sí, pero igual dará – ¿Por qué? – Porque seguiremos siendo extraños conocidos que no comparten más que un día a lo largo de la anualidad – Pero, aún así, ¿no será fantástico volveros a ver, sea cual sea vuestra oportunidad? – Ya lo mismo da. No compartiré sus experiencias, vivencias, errores o aciertos nunca más – Puta navidad, que nos restriegas lo que nunca conseguiremos lograr

jueves, 16 de diciembre de 2010

Una para dormir y otra para despertarse

El sueño es el estado de reposo uniforme de un organismo. En contraposición con el estado de vigilia -cuando el ser está despierto-, el sueño se caracteriza por los bajos niveles de actividad fisiológica (presión sanguínea, respiración, latidos del corazón) y por una respuesta menor ante estímulos externos.

Siempre hemos pensado que dormir es algo positivo para nosotros. Pero, ¿hasta qué punto?. “Tiene usted hipersomnia” es en lo que todos los especialistas coincidían. Ninguno me daba una explicación concreta, un porqué que resolviese mis dudas o una panacea que curase mis males. Simplemente se encogían de hombros, mientras yo, poco a poco, perdía mi vida. En el trabajo me dieron la baja indefinida, realmente fue como un despido, pues nunca nadie creyó que estuviese enfermo. Hasta perdí la relación con mi pareja, “No me quieres, nunca hablas conmigo” me decía, está claro que nadie entendía el hecho de que estuviese tan cansado que me resultaba imposible articular palabra alguna.

Y otra vez allí estaba yo. Como cada día. Sentado en el pasillo. Observando el incesante vaivén del péndulo del reloj. Era lo único que hacía durante las escasas horas que permanecía despierto, observar aquel maldito reloj de péndulo. De alguna forma, aquel predecible movimiento que marcaba el lento transcurrir del tiempo lograba mantenerme despierto. Como si de un efecto hipnótico se tratara, concentrándome en ese movimiento, en el sonido de las agujas del reloj, conseguía tener mis pupilas lo suficientemente entretenidas como para que no se desplomasen ante los párpados. Pero cada cierto tiempo, mi mente se quedaba en blanco y comenzaba a perder la noción de las cosas hasta el punto de desconectar completamente del mundo real, dormía con los ojos abiertos, siguiendo aún el péndulo con los ojos. Sólo el sonido de las campanadas del reloj conseguía sacarme del sueño.

Me levanté apurado, como si hubiese vuelto de entre los muertos. Observé aquel maldito reloj y recordé mi cita con el médico, otro médico, otro farsante vestido de blanco. Ni siquiera me molesté en afeitarme. Salí de mi casa arrastrando los pies, con el torpe caminar típico de aquellos que regresan a la vida. El edificio del centro de saludo se encontraba a unas pocas manzanas, viejo, renqueante, enfermo.

Estaba lleno como de costumbre, una masa uniforme de toses, quejidos y malestares se apelotonaba en aquella sala de espera. Me senté esperando turno, era el siguiente. No tardé demasiado en darme cuenta, mi entrada había trastocado el orden natural de aquel lugar. Todos me miraban con ojos furiosos, por el simple hecho de hacerles esperar unos minutos más. Me era imposible entenderlo, para mi el tiempo siempre había sido relativo, algunos días mientras miraba el reloj las tres se convertían en las seis en menos de un pestañeo, y al momento siguiente volvían a ser las dos. Aquellas personas, por el contrario parecían nerviosas ante el hecho de perder cinco minutos de su vida. Una voz al otro lado de aquella puerta me sacó del apuro, había llegado el momento de enfrentarme a un nuevo bufón.

Me pidió que le explicase lo que me ocurría. Se lo intenté relatar lo más precisa y concisamente que pude, pero sin embargo parecía no escuchar mis palabras. Aquel engominado buscador de la verdad en supuestos científicos no hacía nada más que escribir en un papel, sin mirarme a la cara. Me sentí como un mero dato, un valor estadístico, un papel que sería guardado hasta caer en el olvido. Terminé de explicarle mi historial médico y continuó escribiendo durante unos segundos, hasta que paró, se acomodó las gafas y cogió algo del cajón.

‒ Tómese estas pastillas.

‒ Las pastillas no me hacen efecto.

‒ Entonces tómese estas otras.

‒ Pero ya le he dicho que...

‒ ¡Siguiente!

Llegué a casa con una bolsa y un papel en las manos. Cada visita a un médico se convertía en un nuevo despropósito. No tenía esperanza de recuperar mi vida. Me había vuelto un fantasma, un espíritu que vagaba por el mundo arrastrándose, temeroso de caer en un último sueño.

Me senté en mi lugar habitual. Miré las pastillas y la nota, habían dos botes, uno naranja con la etiqueta blanca y otro blanco con la etiqueta naranja.

“Tómese las pastillas del bote naranja antes de dormir e inmediatamente

después de despertarse, las del bote blanco”

Bufé convencido de la ineficacia de aquellos métodos. Miré los dos botes y cogí una pastilla de cada, eran prácticamente el reflejo de la otra. Me sentía frustrado por el fracaso de la visita al médico. Puse las dos en la palma de la mano y las lancé al fondo de mi garganta.

Nada. Como ya le había dicho a aquel matasanos, las pastillas no surtían efecto. Me dispuse a recoger los botes para tirarlos como había hecho con muchos otros. Pero para mi desgracia, mi mano resbaló al recogerlo y rodó unos metros por el pasillo. Me levanté para alcanzarlo, al acercar mi mano noté una extraña sensación, algo me impedía cogerlo. Cuando mi mano se acercaba, el bote se alejaba, y se acercaba cuando mi mano se alejaba. Un tira y afloja que nunca acabaría.

Miré hacía el frente con el ceño fruncido. Pero el incidente de las pastillas pasó a un plano secundario en un instante. Era aquel péndulo lo que llamaba mi atención, tantas veces lo había observado y nunca me había fijado en tal obviedad. El péndulo no se movía, ahora lo veía claro, siempre había permanecido impasible como el tiempo al que hacía referencia. Tras este aclaratorio descubrimiento no me sentí sin embargo satisfecho. Había un cabo suelto, algo que escapaba a las leyes de lo natural. Si el péndulo no se movía, entonces, ¿qué era lo que movía el péndulo?

Un gran estruendo interrumpió mis divagaciones lanzándome contra la pared, toda la casa temblaba. No era un terremoto, de eso estaba seguro, ningún terremoto podía producir un movimiento de oscilación en un edificio de ese tamaño. Cada vez era más violento, rebotaba de una pared a otra, mientras el péndulo se movía marcando el ritmo del tiempo. Segundo tras segundo mi mundo se convertía en un caso imposible. El suelo comenzó a abrirse y caí al vacío.

Me desperté con las campanadas de las ocho. En mis manos apretaba un bote naranja con la etiqueta blanca y un bote blanco con la etiqueta naranja. Al observarlos más detenidamente, me di cuenta de que el precinto de los botes estaba intacto. El reloj seguía marcando las ocho con aquellas incesantes campanadas.