martes, 28 de diciembre de 2010

Navidad

Puta navidad, llena de falsedad – ¿Qué te regalarán por navidad? – Lo de todos los años, un poco de tristeza por aquí y un poco de soledad por allá – Juraría que esto era una fiesta llena de felicidad – ¡Claro! Pero solo un día, durante unas cuantas horas en las que compartiremos esa dulce falsedad – Cojamos un día cualquiera decoremoslo con luces de colores, engaños y sonrisas. Pintando así sobre capas de amargura y rencor dejándolo todo del color de la felicidad – Y después de ese día. ¿qué quedará? – Nada, sólo tristeza, amargura y soledad – Como todos los años nuestras lágrimas volverán, sin que haya cambiado nada esta mierda de navidad, impregnada en un ardid cálido de tanta frialdad – La gente seguirá muriendo ese día, a la muerte la navidad no puede engañar – Nuestros cuerpos se pudrirán por igual en navidad, por lo visto el tiempo tampoco celebrará nuestra festividad –¿Lo volverás a ver en ese día tan especial? – Sí, pero igual dará – ¿Por qué? – Porque seguiremos siendo extraños conocidos que no comparten más que un día a lo largo de la anualidad – Pero, aún así, ¿no será fantástico volveros a ver, sea cual sea vuestra oportunidad? – Ya lo mismo da. No compartiré sus experiencias, vivencias, errores o aciertos nunca más – Puta navidad, que nos restriegas lo que nunca conseguiremos lograr

jueves, 16 de diciembre de 2010

Una para dormir y otra para despertarse

El sueño es el estado de reposo uniforme de un organismo. En contraposición con el estado de vigilia -cuando el ser está despierto-, el sueño se caracteriza por los bajos niveles de actividad fisiológica (presión sanguínea, respiración, latidos del corazón) y por una respuesta menor ante estímulos externos.

Siempre hemos pensado que dormir es algo positivo para nosotros. Pero, ¿hasta qué punto?. “Tiene usted hipersomnia” es en lo que todos los especialistas coincidían. Ninguno me daba una explicación concreta, un porqué que resolviese mis dudas o una panacea que curase mis males. Simplemente se encogían de hombros, mientras yo, poco a poco, perdía mi vida. En el trabajo me dieron la baja indefinida, realmente fue como un despido, pues nunca nadie creyó que estuviese enfermo. Hasta perdí la relación con mi pareja, “No me quieres, nunca hablas conmigo” me decía, está claro que nadie entendía el hecho de que estuviese tan cansado que me resultaba imposible articular palabra alguna.

Y otra vez allí estaba yo. Como cada día. Sentado en el pasillo. Observando el incesante vaivén del péndulo del reloj. Era lo único que hacía durante las escasas horas que permanecía despierto, observar aquel maldito reloj de péndulo. De alguna forma, aquel predecible movimiento que marcaba el lento transcurrir del tiempo lograba mantenerme despierto. Como si de un efecto hipnótico se tratara, concentrándome en ese movimiento, en el sonido de las agujas del reloj, conseguía tener mis pupilas lo suficientemente entretenidas como para que no se desplomasen ante los párpados. Pero cada cierto tiempo, mi mente se quedaba en blanco y comenzaba a perder la noción de las cosas hasta el punto de desconectar completamente del mundo real, dormía con los ojos abiertos, siguiendo aún el péndulo con los ojos. Sólo el sonido de las campanadas del reloj conseguía sacarme del sueño.

Me levanté apurado, como si hubiese vuelto de entre los muertos. Observé aquel maldito reloj y recordé mi cita con el médico, otro médico, otro farsante vestido de blanco. Ni siquiera me molesté en afeitarme. Salí de mi casa arrastrando los pies, con el torpe caminar típico de aquellos que regresan a la vida. El edificio del centro de saludo se encontraba a unas pocas manzanas, viejo, renqueante, enfermo.

Estaba lleno como de costumbre, una masa uniforme de toses, quejidos y malestares se apelotonaba en aquella sala de espera. Me senté esperando turno, era el siguiente. No tardé demasiado en darme cuenta, mi entrada había trastocado el orden natural de aquel lugar. Todos me miraban con ojos furiosos, por el simple hecho de hacerles esperar unos minutos más. Me era imposible entenderlo, para mi el tiempo siempre había sido relativo, algunos días mientras miraba el reloj las tres se convertían en las seis en menos de un pestañeo, y al momento siguiente volvían a ser las dos. Aquellas personas, por el contrario parecían nerviosas ante el hecho de perder cinco minutos de su vida. Una voz al otro lado de aquella puerta me sacó del apuro, había llegado el momento de enfrentarme a un nuevo bufón.

Me pidió que le explicase lo que me ocurría. Se lo intenté relatar lo más precisa y concisamente que pude, pero sin embargo parecía no escuchar mis palabras. Aquel engominado buscador de la verdad en supuestos científicos no hacía nada más que escribir en un papel, sin mirarme a la cara. Me sentí como un mero dato, un valor estadístico, un papel que sería guardado hasta caer en el olvido. Terminé de explicarle mi historial médico y continuó escribiendo durante unos segundos, hasta que paró, se acomodó las gafas y cogió algo del cajón.

‒ Tómese estas pastillas.

‒ Las pastillas no me hacen efecto.

‒ Entonces tómese estas otras.

‒ Pero ya le he dicho que...

‒ ¡Siguiente!

Llegué a casa con una bolsa y un papel en las manos. Cada visita a un médico se convertía en un nuevo despropósito. No tenía esperanza de recuperar mi vida. Me había vuelto un fantasma, un espíritu que vagaba por el mundo arrastrándose, temeroso de caer en un último sueño.

Me senté en mi lugar habitual. Miré las pastillas y la nota, habían dos botes, uno naranja con la etiqueta blanca y otro blanco con la etiqueta naranja.

“Tómese las pastillas del bote naranja antes de dormir e inmediatamente

después de despertarse, las del bote blanco”

Bufé convencido de la ineficacia de aquellos métodos. Miré los dos botes y cogí una pastilla de cada, eran prácticamente el reflejo de la otra. Me sentía frustrado por el fracaso de la visita al médico. Puse las dos en la palma de la mano y las lancé al fondo de mi garganta.

Nada. Como ya le había dicho a aquel matasanos, las pastillas no surtían efecto. Me dispuse a recoger los botes para tirarlos como había hecho con muchos otros. Pero para mi desgracia, mi mano resbaló al recogerlo y rodó unos metros por el pasillo. Me levanté para alcanzarlo, al acercar mi mano noté una extraña sensación, algo me impedía cogerlo. Cuando mi mano se acercaba, el bote se alejaba, y se acercaba cuando mi mano se alejaba. Un tira y afloja que nunca acabaría.

Miré hacía el frente con el ceño fruncido. Pero el incidente de las pastillas pasó a un plano secundario en un instante. Era aquel péndulo lo que llamaba mi atención, tantas veces lo había observado y nunca me había fijado en tal obviedad. El péndulo no se movía, ahora lo veía claro, siempre había permanecido impasible como el tiempo al que hacía referencia. Tras este aclaratorio descubrimiento no me sentí sin embargo satisfecho. Había un cabo suelto, algo que escapaba a las leyes de lo natural. Si el péndulo no se movía, entonces, ¿qué era lo que movía el péndulo?

Un gran estruendo interrumpió mis divagaciones lanzándome contra la pared, toda la casa temblaba. No era un terremoto, de eso estaba seguro, ningún terremoto podía producir un movimiento de oscilación en un edificio de ese tamaño. Cada vez era más violento, rebotaba de una pared a otra, mientras el péndulo se movía marcando el ritmo del tiempo. Segundo tras segundo mi mundo se convertía en un caso imposible. El suelo comenzó a abrirse y caí al vacío.

Me desperté con las campanadas de las ocho. En mis manos apretaba un bote naranja con la etiqueta blanca y un bote blanco con la etiqueta naranja. Al observarlos más detenidamente, me di cuenta de que el precinto de los botes estaba intacto. El reloj seguía marcando las ocho con aquellas incesantes campanadas.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Reflejo en la oscuridad II

Arranca trozos de mi alma a cada carcajada. Me desquicia, se ríe de mi, de mi maldición. Su cara desfigurada por esa horrenda mueca hace que me hierva la sangre de rabia. Sólo quiero que se calle Que me deje en paz. Que con su desaparición termine mi tormento. Pero continúa ahí. Todo mi cuerpo se estremece adolorido, comienzo a perder la razón. Enfurecido, lanzo con todas mis fuerzas el cenicero de metal en el que apoyaba mis colillas. El ruido del impacto me devuelve algo de la cordura perdida.
Una leve fisura se abre en el lugar del golpe, fracturando el espejo en dos, pero sin llegar a romperlo. Miro más allá de la grieta. Ha dejado de señalar, su expresión se ha vuelto más seria, frunce el ceño encolerizado. Comienza a sangrar, de su frente emanan cataratas de un rojo tan oscuro que parece negro. La bestia herida ruge con rabia y con una fuerza sobrenatural golpea el otro lado del espejo buscando venganza. Siento como voy perdiendo las fuerzas, su intenso grito hace que pierda el equilibrio. Ni siquiera puedo intentar huir, cada vez parece más próximo a romperlo. Un horroroso vacío en mi interior me advierte de que algo va a ocurrir.
No me equivoco. A pesar del potente aullido, ambos lo oímos. Es inevitable, forma parte de nuestra existencia, atemorizándonos a cada segundo de vida. Ha dejado de gritar, ya no golpea el espejo, incluso parece que no le importa la herida de su frente. Su expresión se ha tornado en aquella diabólica mueca. Lo oigo llegar, casi preferiría enfrentarme a la imagen del espejo. Está cerca, lo noto a mi alrededor. Él también. Siento como el pomo de la puerta gira lentamente, asumo mi final y cierro los ojos esperando que sea rápido.
Los abro impaciente, mi puerta sigue cerrada. Está de espaldas, nunca antes me había dado la espalda, sin embargo eso no me preocupa. Su puerta está abierta, pero no alcanzo a ver que hay al otro lado. Se hace el silencio, noto como mi corazón cada vez late con más fuerza. Él ni siquiera se mueve, está parado mirando al otro lado. Por un instante gira la cabeza levemente, mostrándome una imagen que me deja helado. Sus ojos, que antes estaban llenos de odio y locura, ahora, horrorizados, piden la redención. Vuelve a fijar la vista en aquella horrorosa visión. Se frota la cara con las manos desesperado y da un último grito de terror, que es engullido al instante por la oscuridad.
Caigo de espaldas ante lo sucedido. Es imposible, los espejos reflejan la luz, pero este la ha absorbido toda y ahora es un objeto opaco de color negro. Acerco mi mano cuidadosamente hacia el cristal. Está frío. Intento forzar la vista para ver más allá de la oscuridad, pero es inútil. Pego la cara al cristal para buscar algún sonido en el otro lado. Algo roza mi cara, me aparto asustado.
Ahora lo veo con claridad, está ahí. A pesar de la oscuridad lo veo moverse entre las tinieblas. Su carcajada es inconfundible, reclamando mi alma allá donde vaya. No dejará de atormentarme nunca. Las luces de la habitación comienzan a parpadear. Rezo porque no se apaguen, pero es inútil, cada vez el lapso de oscuridad es más largo. Algo sale del espejo, la oscuridad que absorbió el otro lado, intenta entrar en mi habitación.
Cada vez lo oigo más cerca, susurrando mi nombre a mis espaldas. Me rodea con sus oscuras manos. Intento escapar, pero no hay luz, no hay puertas. Ni siquiera sé si estoy en mi habitación. Está en todas partes, riendo, llamándome. Me rindo. Es imposible evitar lo inevitable. El abrazo de la oscuridad es abrasador. El dolor y el horror se mezclan en un sentimiento indescriptible que me despoja de todo. Estoy perdido en la inmensa oscuridad. Siento que mi final llegará en unos instantes, sigue riendo a mi alrededor. Atraviesa mi interior con su fría mano y por primera vez se muestra ante mi. Su cara se graba a fuego en mi mente. Me desvanezco mezclándome en la oscuridad.
Despierto de nuevo en mi habitación con el corazón en la garganta. Este infierno continúa. ¿Estoy condenado a vivir este tormento durante toda mi vida? Grito desesperado. La muerte es un privilegio que no se me concede. Por un momento miro el espejo, es extraño, algo ha cambiado. Me levanto de la cama sobresaltado. No reflejo ningún tipo de imagen sobre el espejo. Pero eso no es lo que más me atemoriza. La habitación está diferente a hace un momento. Como si le hubiesen dado la vuelta, no logro comprenderlo.
No paro de darle vueltas al asunto. El cuarto ha cambiado su orientación, pero es prácticamente imposible. Me acerco un poco más para contemplar el otro lado. El recuerdo de mi reflejo atraviesa mi mente. Comienzo a temblar horrorizado. Es imposible que esto suceda. Todo lo que hay alrededor es el perfecto reflejo de mi habitación. Me he convertido en mi reflejo. No sé si reír, gritar, llorar o hundirme en la más profunda desesperación. En mi cara se dibuja una horrible mueca fruto del horror vivido durante tanto tiempo. Ya nada importa.
Señalo el espejo mientras me río a carcajadas. El pomo de la puerta comienza a girar por última vez.

jueves, 7 de octubre de 2010

Reflejo en la oscuridad

Llevo dos días dando vueltas por mi habitación. Su pequeño tamaño hace cada vuelta más larga y desquiciante que la anterior, sólo son tres pasos, pero al primero ya miro atrás asustado. No puedo dormir, ni siquiera pestañeo, tengo miedo. Lo oigo llegar desde lejos, me llama, está en todos los lados. Las paredes lo saben y se lo susurran entre ellas riéndose de mi desgracia. Mi sombra hace gestos de burla a mis espaldas. El reflejo del espejo lleva una semana sin moverse, apoyado en la pared del otro plano ríe a carcajadas cada vez que nuestras miradas se cruzan. Todos lo saben, ninguno me quiere ayudar, mi fin es inevitable.

La luz de mi habitación permanece encendida todo el tiempo, incluso en los días más soleados hay rincones de oscuridad. Hace una semana que estoy despierto, pero no tengo sueño, sólo miedo. Un miedo que hace que me den escalofríos a cada segundo. He intentado acabar con todo, pero no puedo, cada vez que intento saltar por la ventana alguien tira de mi hacia dentro. Cuando me doy la vuelta no hay nadie, sólo mi maldito reflejo haciéndome una mueca. Cada vez lo oigo más cerca.

He dejado de ir a trabajar, ya no salgo de casa. Está en todas partes, me acecha entre las sombras. Cada vez que descuelgo el teléfono oigo su risa, la tengo grabada a fuego en mi mente. Dejo de andar, estoy cansado. Me siento delante del espejo, desde esa posición puedo controlar toda la habitación. No deja de sonreírme, esa mueca hace que me tiemble todo el cuerpo, desprende algo malvado, algo tan pérfido y ruin que me dan ganas de vomitar. Pero tengo que vigilarlo, tengo que estar alerta para cuando llegue el momento. Lo oigo llegar.

Un gran estruendo parte la noche en dos. Todo comienza a temblar. Los libros salen disparados de las estanterías formando un gran caos, las luces de la habitación comienzan a parpadear. Su risa retumba en mi cabeza, tengo el cuerpo entumecido por el miedo y ni siquiera puedo gritar del horror que estoy viviendo. En una última sacudida la habitación se sume en la más completa oscuridad. Oigo pasos a mi alrededor, puertas abriéndose y cerrándose, cada vez más cerca. Me lanzó lo más rápido que puedo hacia el interruptor de la luz. Lo golpeo con todas mis fuerzas una y otra vez, suplicando a una entidad superior que me ayude. Pero cuanto más lo intento más oscuro se vuelve el cuarto. Siento su respiración al otro lado de la puerta, aprieto los ojos con fuerza atemorizado, mi final ya ha llegado.

Abro los ojos aceptando mi destino. La habitación está iluminada. No hay caos, todo esta en orden. Observo aliviado la habitación mientras mi cuerpo va calmándose poco a poco. Sonrío a medias pensando en un día más de sufrimiento. Pero algo no va bien, siento esa sensación detrás de la oreja que te indica que se te escapa algo, un agujero se forma en el interior de mi cuerpo dejándome sin respiración, mi corazón deja de latir, por mis venas sólo corre el miedo y la desesperación. Me giró horrorizado, ojala no tuviese que aceptar la realidad, ojala no tuviese que mirar. No está.

Imposible, no logró comprenderlo, pero se ha ido, aquel maldito reflejo de mi cuerpo, esa criatura infernal que me atormentaba desde el otro lado del espejo se ha ido. Pego mi cara al frío cristal buscando, intentando no creer lo que veo. Doy dos pasos hacía atrás. Un escalofrío me recorre la espalda, siento su respiración en mi cuello. Me doy la vuelta y le miro a los ojos. Quiero gritar, quiero correr, quiero morirme y no volver a vivir. Pero nada ocurre, se acerca hacia mi con sus grandes ojos partiéndome el alma en dos. Rodea mi cuello con sus manos y aprieta con fuerza. Aún estando a punto de desaparecer sigue riendo, sigue mostrándome esa horrible mueca, susurra mi nombre, todo ha acabado.

Me despierto gritando, ahogándome de angustia en el suelo. Me levanto sobresaltado. Todo era un sueño, una maldita broma de mi mente. Me giro, sigue ahí, pero más cerca. Ha cambiado de posición, me señala con el dedo mientras ríe, su horrenda carcajada me hunde en la desesperación.

Lo oigo llegar desde lejos, susurra mi nombre, está en todos los lados. Ya viene

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Noche de otoño

Las noches de otoño siempre han sido mis favoritas. No son tan frías como las de invierno ni tan calurosas como las de verano. Incluso el aire es distinto que en primavera, con la caída de las hojas se respira un aire melancólico y funesto. Sin embargo, me siento en paz, la tranquilidad me embriaga y me acompaña durante todo el trayecto.

Sigo el mismo camino que ayer y anteayer, y que prácticamente, todos los días. Los matices del parque a altas horas de la noche son espectaculares. Los ocres y naranjas de las hojas se mezclan con la tímida oscuridad y la tenue luz proyectada por los pocos faroles dispersos por el lugar. Este juego de luces y sombras se esboza levemente sobre el río que yace plácidamente sobre su propio navegar.

El idílico paisaje me hace pensar en mi vida, en el trayecto que he recorrido a lo largo de los años. Todas las veces que me he equivocado, todos los problemas que aún conservo, a cada paso van desapareciendo de mi mente, con cada paso entro poco a poco en el sopor del trayecto, fundiéndome con el paisaje. El quebrar de las hojas bajo mis pies, el viento soplando entre los árboles, el cielo estrellado. Todo forma parte de mí ahora, respiro con los árboles, vuelo con las aves, crezco con la hierba. Cuanto más me adentro en la espesura más me alejo de mi vida. Una vida que ya observo desde la lejanía, sin temor de lo perdido, sin pesar por lo dejado.

Hace más frío de lo que esperaba. El aire de mis pulmones se condensa formando un espeso vaho que empaña el ambiente. La niebla bordea los árboles acariciando suavemente el horizonte. La espesura derrite el paisaje en un níveo y frío color que cala en los huesos. Cada vez me siento más entumecido, pero no me molesto por ello, me siento más ligero. Tengo sueño, la liviandad de mis pies contrasta con la pesadez de mis párpados. Camino con torpeza, buscando un lugar donde descansar, pero no veo. Me doy la vuelta, pero estoy en el mismo sitio, no existe el norte en lugares como este, ni tampoco es necesario. Continúo caminando mientras pienso divertido en el misterio generado por mi ausencia, rio por dentro imaginando los ceños fruncidos de amigos y familiares.

Un pensamiento me atraviesa el pecho parando mi corazón por un instante. Ese extraño sentimiento detrás de la oreja, esa sombra que pasa inadvertida por el rabillo del ojo. Una verdad a medias que no quieres aceptar, un destino trágico que no quieres creer. Asustado, acelero el paso buscando una referencia que me permita huir de esa trampa mortal. Escucho el oscilar del agua golpeando la orilla. Me acerco temeroso a lo que parece un pequeño muelle. Ando precavido por la roída madera que se hunde a cada paso. A lo lejos vislumbro una figura en una pequeña barca. Sus ojos de un azul intenso me miran expectantes.

¿Vas a alguna parte joven? Preguntó jocoso el barquero mientras lanzaba una pequeña moneda al agua.

jueves, 9 de septiembre de 2010

La verdad es la locura de los que no quieren saber

Y eran dos locos caminando por el patio del loquero. Dos almas que tiempo atrás perdieron el rumbo, navegando como un barco sin timón. Dando vueltas por el mar, un mar de locura en el cual no podían echar el ancla. Perdidos en la bruma, sin saber quienes eran. Ninguno de los dos se atrevía a preguntar, ninguno de los dos osaba hablar. Tanto uno como el otro temían la verdad. La verdad de que estaban locos, de que no tenían cura. La verdad que les quemaba por dentro y les atormentaba por las noches. Su locura era esa verdad, la verdad que se formaba a su alrededor. Las cuatro paredes de su celda, los pasillos de aquella cárcel y los muros que los enjaulaban en la verdad, en su locura. Nadie los miraba, estaban locos, ni ellos mismos atrevían a mirarse. Nadie los tocaba, estaban locos, ni ellos mismos atrevían a tocarse. Nadie les hablaba, estaban locos, ni ellos mismos se atrevían a hablar. Dormían y despertaban en la misma pesadilla. La pesadilla de su locura.

Mientras caminaban, uno de ellos tropezó con una de las piedras del jardín cayendo de bruces. Al levantar su magullada cara, observó el cielo. Un cielo azul que cegaba, notaba el calor del sol golpeando su cuerpo y la suave brisa de la mañana acariciando su pelo. Un rayo de luz lo despertó de su pesadilla, dándole algo por lo que vivir. La verdad que le había sido arrebatada podía ser suya. Se levantó renovado y voló hacía donde se encontraba la puerta. Los carceleros le prohibieron el paso. Volvió de nuevo al patio, vistiendo como un loco, sintiéndose como un loco, pero sabiendo que podría cambiarlo todo. Miró a su compañero loco, seguía inmerso en su verdad. La angustia recorrió todo su cuerpo haciéndole saber que debía salir de allí. Intentó escalar el muro, pero era demasiado alto y jamás podría superarlo.

Desesperado, comenzó a golpear el muro con sus manos, buscando la ansiada verdad, la libertad, el fin de su locura. Con cada golpe se hería las manos. A cada golpe, el siguiente era más fuerte. Cada golpe le llenaba de esperanza. Veía inmensos prados abrirse ante él, las nubes acariciar el cielo con sus sedosas manos, las aves volar sin temor. Quería ser prado, quería ser nube, quería ser ave. Pero el muro no cedía, cuanto más deseaba ver la nueva verdad del mundo más se hería. Aún así, no podía dejar de intentarlo. Quería volar por el cielo azul sin temer a lo terrenal, a lo falso, a su locura. Los golpes manchaban el muro de su roja y viscosa locura, salpicando su rostro, riéndose de él. A pesar de su insistencia el muro cada vez se hacía más alto y más grueso. Pero no podía abandonar, no quería convertirse en un loco, no quería aceptar esa verdad.

Golpeó con sus manos durante días, aún cuando se le quebraron los huesos, aún cuando no le quedaba ni una sola gota de sangre, siguió golpeando. Cayó dolorido, con sus manos ensangrentadas y la mirada fija en el cielo. Había perdido, seguía vistiendo como un loco, seguía sintiéndose como un loco, pero algo había cambiado.

Aquel loco, que aún loco, quiso ser otro. Murió bajo el húmedo prado, murió acariciando las nubes, murió siendo un ave.

lunes, 28 de junio de 2010

Héroe por unos segundos

El fuego lo engullía todo. Aquel edificio se quebraba poco a poco bajo las llamas y los bomberos nada podían hacer contra un incendio de tal magnitud. Ni siquiera un batallón entero de mangueras era rival para aquel gigante en llamas. Además, cuanto más intentaban sofocarlo más crecía, hasta el punto de que el humo era visible en toda la comarca.


Me encontraba en el sofá de mi apartamento cuando comenzó todo. El calor y el olor del humo me despertaron. Me había quedado dormido mientras veía una reposición de una antigua serie de televisión. Todo ardía, el calor era insoportable. Tosí hasta que me ardió la garganta. Sabía que no podía quedarme allí mucho tiempo, fui corriendo hacía la cocina, golpeado por trozos de madera que caían del cielo, me acerqué al grifo. Lo abrí con el convencimiento de poder mojar una toalla para estar más seguro. Craso error, el contacto con el metal del grifo me abrasó por completo la palma de mi mano. Al menos conseguí el agua.

Me coloqué la toalla alrededor del cuerpo y crucé el piso a tientas, pues el humo hacía imposible ver lo que tenía delante. Empujé la puerta con todas mis fuerzas, era imposible girar el pomo para abrirla. Al segundo intento la madera cedió y la atravesé cayendo al suelo de bruces. La cara me ardía de dolor, golpee mis pantalones con fuerza intentando apagar las llamas que subían por él, por un momento pensé que me iba a carbonizar en aquel lugar. Conseguí salvarme sacrificando la toalla que en un instante se convirtió en un montón de ceniza candente. Tantee una posible salida, “Imposible” pensé, el pasillo se había convertido en una vorágine de llamas esperando a calcinar todo lo que se acercase. La única salida posible era la escalera de emergencia situada en el lateral del edificio.

Algo me alertó, un sonido casi inaudible, oía a alguien llorar. Grité con fuerza intentando dar con aquella voz. Caminé por todo el pasillo. El llanto se oía más fuerte, era un bebé llorando. No sabía si la escalera iba a resistir por mucho tiempo y si me retrasaba más seguramente quedaría atrapado, pero no podía eludir la llamada de socorro de aquella criatura. Aunque muriese en el intento si podía salvar aunque fuese esa vida, no lo habría hecho en vano. Crucé todo el pasillo agudizando el oído lo máximo posible. Apartamento Nº10, la puerta estaba cerrada a cal y canto. La golpee varias veces, pero no cedía, comencé a darle patadas una tras otra, sin dudar ni un instante, aguantando el dolor de cada impacto. Poco a poco el crujido de cada golpe aumentó, cuando ya estaba a punto de desfallecer mi pierna atravesó la madera. La abrí por el otro lado y crucé aquel infierno hasta el dormitorio principal, allí, sobre la cama se encontraba la criatura. La enrollé en su manta y la protegí con mi pecho. Abrí la ventana y comencé a bajar por las escaleras de metal. Miré hacia abajo, los bomberos seguían luchando ayudados por los vecinos quienes estaban colocando una colchoneta sobre la que poder saltar.

Me encontraba en el sexto piso, la escalera comenzaba a ceder bajo mis pies. Escuché una voz “¡Salte!”. Me la jugaba, todo o nada, me apoyé en la barandilla protegiendo al mocoso con los brazos y lo dejé todo en manos del destino. La caída fue más corta de lo que pensaba, ni siquiera me dio tiempo a replantearme mi vida. La colchoneta cumplió su función, estaba vivo. Lo había conseguido.


Según fuentes informadoras de la policía. El causante del incendio, un pirómano con un largo historial delictivo, fue detenido a las 9:20 de la noche, justo después de las primeras investigaciones tras sofocar con éxito el fuego. Los agentes comentaron perplejos que el individuo en cuestión tras caer en la colchoneta de seguridad comenzó a gritar “¡Soy un héroe, soy un héroe!” mientras sostenía en sus manos un bebé de juguete. El incidente se saldó con 14 heridos y 9 muertos. Diario Provincial, 20-10-2001

viernes, 25 de junio de 2010

Tanto que éramos y en nada que nos hemos convertido


¿Quién no ha querido de niño ser un gran superhéroe, un brillante jugador de fútbol o un intrépido explorador?

Cuando éramos niños nuestro mundo brillaba con la luz de lo nuevo, de lo misterioso y de lo prohibido. “¡No hagas eso!” nos decían nuestros padres, a los que hemos dado tantos quebraderos de cabeza. Tomaban medidas y nos educaban según sus reglas morales o religiosas. Nosotros en cambio, intentábamos librarnos de sus ataduras, disfrutando la mejor época de nuestras vidas, la época en la que no había preocupaciones. Los Reyes Magos eran unos señores barbudos que nos traían regalos a cambio de un vaso de leche y un poco de agua para los camellos. El ratoncito Pérez siempre nos cambiaba nuestros dientes por alguna que otra moneda. Una época llena de sonrisas.

Los años fueron pasando, los quebraderos de cabeza ahora los teníamos nosotros. El primer amor, los kilos de más, el acné, aprobar… Tantas cosas en tan poco tiempo…

¿Quién se lo iba a decir a aquel niño? Se hubiese reído seguramente, cuando le comentáramos que en unos años viviría atrapado en una jaula de obligaciones y limitaciones. Una cárcel de un tiempo que a veces pasa demasiado lento y a veces demasiado rápido. Atrapado entre paredes traicioneras de mentiras y engaños. Prisionero de las expectativas, de las especulaciones, del ir y venir del IRPF, del IVA y de la madre que parió al capital. En este tiempo nos hemos dado cuenta de lo efímero que es el mundo, de lo que va cambiando conforme crecemos. Guardemos pues los momentos buenos, esos instantes de superhéroe, en nuestro corazón. Es el gran tesoro de nuestra infancia.

“Cualquier tiempo pasado fue mejor” Gran frase, yo aún estoy esperando a que Papá Noel baje por la chimenea.