jueves, 10 de noviembre de 2016

XVIII

Otra vez,

la madrugada filtrándose
en estas sábanas desquiciadas,
tan flacas como el querer,
como aquello que me hacías ver.

Una chispa,

y el humo es parte de mi cuerpo,
mezclándose con lo que siento.
Me pierde en ese recuerdo,
en un sabor, por el que ahora muero.

Silencio,

decías que la noche era tu lugar favorito,
que un sólo segundo, vivía de miles de sonidos.
Creo estar sordo o falto de razón,
nunca oí nada, más que el sonido de tu corazón.

Tus labios,

quisiera haber parado el tiempo,
permanecer justo aquí un momento.
Joder. Mierda. Ningún momento es el correcto,
si ya no estás, para ponerlo todo patas arriba.

Caladero

El espíritu, inerte, fluye entre sus cuerpos a un ritmo que quizá no entiende, pero que comparte. Con la muerte esperándolos a cada beat, a cada movimiento inconsciente. Comparten la esencia de los que no son nada si no son esa masa uniforme, que no son más que la consecuencia de una generación muerta de raíz. Con sus sueños y esperanzas como el epitafio que nadie nunca escribirá en sus tumbas. Viven, sí, pero muertos.

A él le da igual. Sólo quiere vencer esa distancia que lo separa de la barra. Quince metros de cuerpos que parecen desnudarse a cada movimiento. Como ángeles precipitándose en soluciones que, al tocar el suelo, pierden todo significado. Pasa entre ellos sin alterar el comportamiento natural del engranaje. La barra aparece tras varias figuras que se mueven con luz propia. Pero a él ya no lo deslumbran. Unos ojos brillan con un gesto interrogante. Su tez pálida se tuerce en unas palabras que se diluyen sin más. Él también comienza a diluirse en un lugar lejos de cualquier sitio. Sin necesidad de ver más allá del siguiente segundo. Sus ojos ven pasar el tiempo, la música y los colores. Mientras gira con el todo, aún sin querer, aún perteneciendo a otro mundo. Esa música no ha dejado de calar en él. Y bajo su red, se siente libre.

miércoles, 9 de noviembre de 2016

Humo II

Su mente viaja entre imágenes inconexas que van formando todo tipo de historias. Mezclando lo que es real con muchos quizáses. Transformando su existencia en un baile de figuras que se oscurecen e iluminan a capricho de su imaginación. Sus párpados tiemblan bajo los pasos de aquellas ensoñaciones. Pero le es imposible distinguir quienes bailan y quienes van de la cocina a la sala de estar. No distingue tampoco qué mano se posa sobre su hombro para pedirle un último baile. Pero todos paran. Su nombre resuena en algún lugar muy lejos, muy cerca. Y como siempre, la música y aquellas imágenes comienzan a diluirse. Desapareciendo en los recovecos de su imaginación. Cayendo hacia abajo, transpirando por su piel y perdiéndose en el olvido de aquello que nos hace tan especiales. Y al final, todo se vuelve una mera sensación.

Sus ojos tardan en captar por completo el escenario. La rígida puerta de roble. El paragüero junto a la percha de la que cuelgan los abrigos. Y cada uno de los objetos de aquella mesa baja, donde suelen dejar el correo, las llaves y alguna que otra cosa que es incapaz de distinguir más allá de su forma y color. Sus oídos también tienen que acostumbrarse a unir los sonidos y palabras, a alcanzar cada onda, a que el mensaje no se pierda. Su nombre vuelve a sonar. Cada una de las notas que lo forman cambia de tonalidad. Algo más amable, algo sin bordes afilados, algo pulido y suave al tacto. Distinto. Andrés lo mira extrañado. Como si no lo terminase de conocer, pero sabiéndose todas sus excentricidades. Recupera el control de sus sentidos y asiente, no sabe a qué, pero el intercambio de sonrisas lo tranquiliza. Es lo que siempre le ha gustado de él. La simple y sencilla comprensión que fluye entre ambos, leves movimientos y gestos que lo significan todo. Allí, apoyado sobre la mesa, mirándolo fijamente, no como juez, sino como parte de él. Sus ojos se encuentran y se sonríen, todo parece ocurrir mucho más lejos de aquella habitación, en un lugar que sólo les corresponde a ellos, y que todos los demás tienen prohibido. Las facciones de su cara consiguen, una vez más, aturdirlo por completo. Su mandíbula cuadrada termina con agudeza en una barbilla que encierra esos labios que se tuercen y doblan de una hermosa manera cada vez que sonríe. Unos labios que lo atraen como el primordial golpeo de un bajo en un bar de mala muerte. Que le dicen que se quede con ellos. Le gustan incluso cuando no sonríen y se llenan hasta rebosar de esa triste melancolía con la que Dios decidió fabricarnos. El eco de las últimas notas de aquella canción se pierden en lo más profundo de sus oídos, y no hay nada más, sólo esa perfecta cara a escasos centímetros de la suya, con su pelo lacio cayendo de lado. Un pelo que odia tanto como quiere acariciar hasta perder el sentido del tacto. Que luce perfecto incluso por las mañanas. Andrés, antítesis de todo lo que él representa, paradigma del desaliño. Sus ojos se cierran intentando capturar ese momento para siempre.

Un beso, nada más. El contacto de sus labios en su frente. El latir de un corazón que hacía unos segundos no estaba. La sangre fluyendo. El rubor en su pálida cara. No le gusta interaccionar con la gente, pero podría vivir con ello. Andrés vuelve a la cocina.

– La comida se va a enfríar

Recuerda el ruido de las ollas de antes. Pero hace tiempo que olvidó que hora era. Mecanismos externos a su propia comprensión accionan su cuerpo hacia la cocina. El sol del mediodía luce por las ventanas. Que abiertas de par en par dejan a la brisa acompañarlos en su día a día. Le resulta tan idílico, que decide no manchar el momento con el humo de su tabaco.

lunes, 7 de noviembre de 2016

XVII

Así empieza,

En mi cabeza,
Un coro de voces,
al unísono, gritan.
"¡Estás solo!"

Es este peso,
El ahogo,
El pálpito,
Los años.

Lo noto caer, horrible.
La mera existencia, el ser,
Por no poder ser otra cosa.
La necedad en seguir adelante.

El grito apagándose en el cenicero,
Como pensamientos positivos.
Aquella sonrisa que regalaste,
Y luego quisiste recuperar.

Todas las mentiras,
En cada una de tus verdades.
El puñal del pecho,
Y ningún culpable.

Esta pasión sin hogar.
Un solo cepillo de dientes.
Comportamientos compulsivos.
El tic tac del reloj.

Despertarse a las tres,
A las cuatro,
A las cinco,
A las seis...

No dormir.
Hacerlo demasiado.
El frío en la pared.
El blanco del techo.

Conversaciones que nunca sucederán
Conversaciones en las que nunca sucedes.
Interrup[...]ciones.
No hablar.

El libro que nunca terminaste de leer.
Las lágrimas caer,
Sin saber muy bien por qué.
Siempre al amanecer.

Gente que ya no es,
Gente que no quiere que seas,
Gente que antes lo era todo.

El efecto de tus manos.
Todos mis sentidos atrofiados.
Sus manos, no son tus manos.

El latir de otro corazón.
Esa canción.
Parte de ti,
Más de lo que quisieras.

La ventana a oscuras.
Unos ojos que no me ven.
Todos los ojos que no me ven.
No estar.

Morir.
Vivir.
Todo.
Nada.

XVI

Otra taza de café, 
En este agosto gris. 
La de antes de dormir, 
Se lo ha llevado todo.

Sus puñaladas, 
Mis traumas, 
El estar roto, 
Ese jodido ahogo.

Las risas de madrugada, 
por cada lágrima en la mañana. 
Todas esas veces que explotaba, 
Cuando cruzábamos miradas.

La estática devorándolo todo. 
Una antes de acostarse, 
No duermo. 
Ahora son dos.

Se llevaron todo lo malo, 
Lo bueno fue un sueño. 
Ahora no queda nada, 
Mas que el gris del cielo.

XV

¿Recuerdas el porqué
ya no hablamos?
Dime, joder, qué fue,
de todos esos abrazos.

Piénsalo, ¿hubo algo?
¿O fue todo un mal trago?
Quizá, no sé,
tu también te preguntes por qué.

Quizá fui yo el imbécil,
y siempre lo seré
Fui un estúpido, sí,
Pero lo sería otra vez.

En estrofas de cuatro versos
me pregunto.
Si conservas mi número.
O si el que tengo,
sigue siendo el tuyo.

XIV

¿Cuál era ese nombre
Por el que me llamabas?
Todas esas celebraciones,
que quedaron en nada.

No recuerdo cuál era mi cara,
Si debería sentirme culpable,
Por gritar en esta mascarada,
Palabras, llenas de rabia.

¿Qué era lo que buscaba?
No encuentro mi mirada.
Todo lo que era,
Se convirtió en nada.

sábado, 16 de julio de 2016

XIII

Una oportunidad, 
No pido más. 
Ser igual, 
Dejarlo todo atrás.

Poder bailar, 
Oírme gritar. 
Ver los fuegos brillar, 
Acariciar, eso, que llaman paz.

Tener algo de lo que hablar, 
No necesitar nada más. 
Poder y querer, 
Como algo habitual.

Pero no existe esa oportunidad, 
Once letras, qué más les dará. 
Nunca verán, 
Que pude ser algo más.

XII

Incluso cuando las cierras, 
Tus manos son vida. 
Aún cuando, enfurecida, aprietas, 
No lo cambias. 
Y sueltas todas esas lágrimas, 
A las que llamaste nada. 
Cuando eran todo.

Te resignas, las abres, 
Separas esos dedos rosados. 
Es más arena un puñado, 
Que cada grano. 
Los ves caer, 
Eres tan pequeña como el mar, 
O así te sientes; al ver las nubes pasar.

Todo es tan bello, 
Que te da igual. 
Si es la vida una postal, 
Que se nos olvidó enviar.

viernes, 1 de julio de 2016

XI

Quizá fue eso lo que nos mató. 
No fueron las guerras, 
Ni los campos de concentración.

Nada de fuego. 
No fue el pecado, la enfermedad, 
O el olor a podrido de esta sociedad.


Nos dio igual el tiempo. 
La luz, el agua, los impuestos.



Fue esa línea, 
La que nos mató.




Esos puntos, 
Esa separación.





Todo lo que nos hizo, 
No estar juntos,






los dos.

X

Respiran, 
viven, 
todo a la vez.

No se percatan, 
de que quizá, 
no haya nada más.

Sin embargo, siguen, 
exactos, precisos. 
Con todo en orden, 
con todo dicho.

Y me pregunto, 
qué ruido no les hace oír, 
qué luz no les hace ver.

Me pregunto también, 
si es todo acerca de perder, 
por qué hoy, sigue siendo ayer.

IX

Cómo es posible que ser olvidado 
traiga tantos recuerdos. 
Que en un sólo momento, 
quede todo tan lejos. 
Cuando tu calor, 
aún sigue en mis manos.

Qué fue de esa luz, 
que ardía sobre nosotros. 
Con el latir de un corazón, 
ahora hecho trozos.

Tus ojos ya no brillan, 
al cruzarse con los míos. 
Muero si lo pienso, 
por más que lo pienso, no lo entiendo. 
Cuánto esfuerzo por alguien, 
que no recuerda mi nombre.

VIII

El canto de los pájaros, 
toda mi música, 
el susurro de las musas, 
simple estática.

Quizá sea la tragedia, 
lo que me atraiga. 
Estos días muertos, 
manchados de melancolía.

Será la triste angustia, 
la que guía estas lineas. 
En una tarde tan gris, 
como el resto de mi vida.

VII

En una esquina, 
vemos pasar el mundo. 
Montado en una vida, 
que damos por perdida.

No hay a quien culpar, 
sólo somos un ciclo. 
Una mera turbulencia; 
nada especial.

Quizá estemos de más. 
Quizá, el nosotros. 
Sólo sea uno, 
que nunca llegue a triunfar.

VI

Todos los días tienen un final,
que no alcanzo a comprender.
Se apagan; cuando aún hay vida,
para, enseguida, volver.

No entiendo por qué los días son,
si aún no existo.
Quizá yo no importe,
más que lo que tardo en respirar,
más que el ruido, al llorar,
o el silencio, al gritar.

Lo mucho que odio un mundo,
que es incapaz de explicar,
por qué los días tienen un final,
cuando todo sigue igual,
cuando nada parece terminar.

miércoles, 16 de marzo de 2016

Egoístas

– Qué egoístas somos.

– No te entiendo.

– El otro día estuve, para variar, comiendo con mis abuelos. Resulta que se van a volver a casar.

– Celebran sus bodas de oro, ¿verdad?

– Exacto. Obviamente todos estamos muy contentos por ello.

– Pero tú, como siempre, le ves el lado amargo a la vida. ¿Me equivoco?

– El caso es que, mientras hablábamos, mi abuelo me dijo que ya no iban a durar mucho más y que no llegarían a las bodas de platino. Lo que más me perturbó es que lo dijo como si lo tuviese más que aceptado. Nosotros, los humanos, que siempre intentamos correr más rápido que el propio tiempo. Y no puedo dejar de darle vueltas, estando aquí sentados, con toda nuestra vida por delante y siendo incapaces de hacer nada con ello. Mientras mis abuelos contemplan tranquilamente como pasan sus últimos años. ¿Llegaremos nosotros a alcanzar esa paz ante la muerte? ¿Lograremos algo en nuestra vida? ¿Dejaremos siquiera un día de sentarnos en la misma mesa del mismo bar?

– Pensar demasiado va a acabar contigo. Puede que tus abuelos no hayan abandonado aún el bar en el que se conocieron. Puede que esa sea la clave de todo.

miércoles, 24 de febrero de 2016

Miedo

– ¿Cuándo fue la última vez que hablamos?

– Lo sé. Perdón por desaparecer. No me ha ido del todo bien.

– No te vistas de penitente todavía. Estamos aquí, ¿verdad?

– ¿Lo estamos?

– Qué tonterías dices. ¿Estás bien? Te tiemblan las manos.

– ¿Bien? No entiendo que significa estar bien, no sé si realmente hay algo como estar bien. Jugamos con estos niveles que no representan más que las letras que los componen. Bien, mal, normal. Últimamente no siento nada parecido. Y desespero sentado en mi habitación, mirando a oscuras un reflejo que apenas reconozco. Porque tengo miedo. Miedo a que un día no sea capaz de autoconvencerme de que es posible aguantar un día más. Miedo a que cada vez sea más difícil hacerlo. Miedo a todas esas horas perdidas sin poder moverme porque mi mente es náufraga en este cuerpo. Miedo, más que nada, a darme cuenta de que nada de esto es real. A que no existas en ningún lugar más que en mi cabeza. A no existir yo. A estar mirando todo esto a través de una pantalla, y que un día, aburrida de la misma historia, la apagues. Miedo. Sí, eso mismo. Miedo a girarme un día y haberte perdido para siempre. Y que tú ni siquiera te des cuenta de ello.

– Pero existo y quizá sea eso lo que más miedo te da.

lunes, 11 de enero de 2016

V

No hay nada, 
que abra esa ventana. 
El cristal, opaco, 
ignora mi llamada. 
Muerta la pasión, 
ya no hay nada, 
tras esa ventana.

El polvo se acumula, 
sobre mi alma, 
y sobre unos ojos, 
que derraman pánico, 
por el tiempo, 
vivido, 
con descontento.

Que se paran en esos barrotes, 
que en mi mente guardan, 
toda la vida que ahora me falta. 
Nunca me di cuenta, 
que la ventana no importaba, 
cuando tras la puerta, 
estaba todo lo que añoraba.

IV

Café en mano,
todo el cuerpo helado. 
Miro el noticiero, 
no dicen si he muerto,
y esto es el infierno.

Soy de esa generación, 
la que no sobrevivirá;
a este frío glaciar, 
y a esas drogas, 
que nos hacen volar.

Para caer, 
en que hoy es ayer, 
no hay mañana,
ni presente al que volver.