domingo, 14 de junio de 2015

Humo

 Suenan los mismos acordes a través del tiempo. Aquella sale se compone a si misma en un desesperado intento de ser recordada. Pero todo se olvida eventualmente, y el simple hecho de cambiar hace que olvide lo que fue. Supervivencia en su representación más básica. La música continúa fluyendo por la sala junto al humo que intenta filtrarse por las persianas para respirar de aquel lugar. Aunque no hay nadie fumando ni ningún incendio en el edificio. El humo únicamente responde al ambiente escéptico del lugar y a los propios cambios que la sala parece provocar sobre si misma. Las ventanas recobran parte de su transparencia, las paredes dejan caer su vieja pintura para dar paso a un color beige sacado de esas cutres revistas de decoración que uno puede encontrar en su visita al dentista. Todo cambia de tonalidad varias veces, incluso los objetos de paredes y armarios dejan paso a otros que a su vez desaparecen. Una ventana, dos, tres, ninguna. Uno de los sofás desaparece. Un golpe seco detiene la composición. Alguien se queja. Entre el humo se ven brillar unos ojos cansados. 

Un suspiro devuelve la habitación a lo que era momentos antes. El chasquido del prender de un mechero resuena varias veces por la estancia. Los acordes se diluyen lentamente en sus oídos. Le da varias caladas al cigarro mientras intenta despejar su recién despertada mente. El humo de aquel tabaco mustio lo envuelve y atrapa. No suele fumar. No recuerda haber fumado antes. No recuerda muy bien nada de su propia existencia. Sólo aquella habitación que parece detestarlo y el tabaco que recorre su cuerpo. Apaga el cigarro en el suelo y lo lanza hacía una de las esquinas de la habitación. Quizá por eso lo deteste. No es capaz siquiera de identificar aquella canción que siempre acaba segundo después de despertar. Se vuelve a acostar en el sofá. Contempla la habitación desde la horizontalidad, quizá a él tampoco le guste aquel lugar. Poco a poco el sueño se hace con él. Su imaginación empieza a volar libre a su alrededor. Y él, encerrado en ese recuerdo, sueña de nuevo con algo más. Pero no dura demasiado. El timbre de la puerta rompe con todo aquello que estuviese pasando en su cabeza. Sus ojos brillan, pero de otra forma. Varios segundos en los que no pasa nada, y sus ojos recuperan su naturaleza desteñida. Se oyen golpes en la puerta y una voz que reclama atención. Los golpes continúan. Se reincorpora con pereza. No existe profundidad ni motivación en sus acciones. Sólo quiere volver a acostarse. Aunque para ello tenga que levantarse. Aunque para ello tenga que andar descalzo y pisar ese suelo, que hoy es moqueta. Una moqueta beige, como aquellas paredes. Quita el cerrojo de la puerta y gira aquel frío pomo de latón. Unos ojos inquietos atropellan a los suyos en aquel cruce de miradas. Una mujer, con un mueca de enfado deshaciendo su cara por momentos se para delante suya. No sabría decir si de su edad. No sabría describirla. Huesos, pelo, carne, ropa, sentimientos y una bolsa del ultramarinos de la esquina, o de la otra esquina, o ni siquiera sabe qué es un ultramarinos.

 ¿Te vas a quedar ahí parado?
 Esto... eh – No le gusta interaccionar con la gente. Cierra los ojos por un par de segundos, y sus globos oculares miran directamente a su cerebro, intentando encontrar algún recuerdo, una cara, un nombre, algo. Toda la gente parece igual. Toda la gente parece distinta. Buscar entre cosas que nunca son lo mismo le agota – Andrea.

La mujer suspira. Su músculos faciales se relajan. Aunque sigue tensa. Ella también lo detesta. Se aparta y la deja pasar. Quizá lo más apropiado sería que él abandonase la casa, darle un nuevo dueño, alguien que la cuidase. Pero no tendría a donde ir, ni donde dormir. Cierra la puerta. La mujer desaparece hacia el interior de la casa. Su voz sigue pudiéndose oír. Junto con ruidos de ollas y sartenes.

 Hoy es domingo. ¿Sabes lo qué eso significa?
 Sí. Significa que debes estar aquí recordándome que es domingo.

No hay respuesta. Quizá se haga detestar. Los ruidos se confunden con el ritmo de unos acordes que nunca han dejado de sonar. Está en el sofá de nuevo. Recuerda haber estado de pie hace un momento. También está aquella mujer, que seguramente siga por allá dentro. Sus párpados comienzan a ceder ante la gravedad, el cansancio y el humo, que continúa mezclándose con su esencia.