sábado, 13 de diciembre de 2014

III

La noche, 
un rugido.

Me come, 
por dentro.

Y al fondo, 
estás tú.

Te refugias, 
de esta lluvia.

Infinita, 
como el amor, 
como el odio, 
como los humanos.

Pero es de mí, 
de quien te refugias.

Escondida, 
en mi corazón.

miércoles, 10 de diciembre de 2014

II

Se apagarán las estrellas. 
No habrá más luces. 
Algún día, 
Sabidas de su miseria, 
De su falsa existencia, 
Dejarán de ser. 
Como nunca fueron; 
Y alguien preguntará; 
El porqué, 
No las quisimos más, 
Quizá un abrazo, 
Un beso, varios, 
Debimos haber apagado todo, 
Para verlas brillar.

lunes, 8 de diciembre de 2014

I

Cógeme de la mano

y caminemos hacia la extinción

Por favor nena destrúyenos

Aprieta ese rojo botón

El que dice no

Con sus calaveras.

Quiero que seamos

Antes de no ser

Que seamos también

Los últimos humanos

En ser amados.


Quiero pisar tus restos

Junto con los mios

Correr sobre las cenizas

De quienes polvo son

Y no corre el viento

No estamos en una canción

Sólo somos versos

Escritos en la arena

Pero ya no hay marea

Ni luna llena

Que llene el cielo


Alzémonos brillando

Hacia lo más alto

Con sólo el pretexto

De hacernos más daño

Al caer sobre esa tierra

Que ya no es nuestra

Como no lo son estos días

Que pedimos prestados

Y ahora arden en el horizonte

Imitando a unas estrellas

Que ahora son recuerdos


Volvamos al principio

Esas casas grandes

En medio del campo

Hechas con retales

Y cosidas a mano

Sentemos nuestros ojos

Los unos junto a los otros

Que se abrazen nuestros labios

Que se besen nuestras manos

Esperando

A que todo deje de ser

martes, 14 de octubre de 2014

Princesa de barro


 ¿Y cómo es?

 No lo sé. 

 ¡Ah! ¿Entonces existe algo de este mundo que realmente no sabes?

 Lo sé todo de este mundo. Es lo que me intriga. Es extraño. 

 No lo entiendo. 

 Ni yo, es como si fuera de otro mundo, un sitio totalmente distinto a este. Cuando la miro fijamente durante un rato noto como si las líneas de su figura se difuminasen, como si estuviese mirando a través de un pantalla. No encaja en ningún lugar que no sea un cuento de princesas de esos que siempre acaban en final feliz. 

 ¿Entonces? 

 Nada. Somos completamente distintos. ¿Princesas? Por favor. Yo quiero el mundo como es, con su suciedad y su barro. Un mundo que no es más que una masa uniforme de cuerpos que se tambalean al son de la más triste de las canciones. Lleno de ese sarcasmo y escepticismo que cala en la tierra como la peor de las lluvias ácidas. Prefiero que me tiren el humo a la cara y ahogarme en este mar terrenal. Que rompan con todo, que escapen a cualquier plan. Quiero perder los nervios y que me ayuden a encontrarlos. Soy de volverme loco todos los días y tener horrorosas pesadillas en las que estoy cuerdo. Voy a quemar mi cerebro a fuego lento con ese trance psicodélico que me ayuda a seguir muriendo día a día. Arranquémonos la cara y dejemos de pretender que tenemos identidad propia. Mi vida es un eterno descenso al Maelström y es un viaje al que no todos se acostumbran. No soy un príncipe, y nunca lo seré, probablemente nunca sepa quién soy. Sólo vivo con la esperanza de que algún día dejaré de hacerlo. Y ese es el único final feliz posible.

viernes, 7 de febrero de 2014

90 m²

– ¿Por qué estas historias siempre suceden en bares? Es decir, podríamos estar en un museo, en el metro o en un parque. Sí, un sitio con árboles, con gente paseando alrededor nuestra, ignorándonos, ignorándoles, eso sería bonito. No digo que sea un mal lugar, no me malinterpretes, pero preferiría otros colores, otros olores. Odio el café. No mires así, deja de fruncir el ceño y tampoco te rías.

– Te miro como hago siempre que te pones a reflexionar de esa manera. Tienes razón, podríamos estar en un parque, en un bosque, en la jungla, en la tundra, en la sabana, en tu casa o en la mía. Pero aquí estamos, sentados, tú con un té y yo con otro. A mi tampoco me gusta el café. De todas formas, si te fijas estamos rodeados de árboles, míralos allí, son otro tipo de árboles, estos iluminan y son de hierro, estos no crecen, no están vivos pero dan vida a la ciudad, son nuestras estrellas, nuestros compañeros de baile, nuestros guías.

– Ya veo.

– ¿Ves? ¡Mira! Hay gente ignorándonos en esa mesa de ahí. También nos ignoran los personajes de los cuadros que decoran las paredes. Y a nosotros tampoco parece que ellos nos importen. Pero aquí estamos, hablando de ellos. ¿Hablarán ellos de nosotros? ¿Les gustará el café? Quién sabe...

– Realmente no estamos aquí por ellos.

– Ni por el té.

– Cuéntame algo de ti.

– ¿De mi? Yo, bueno, tengo un mundo interior de noventa metros cuadrados. Está amueblado con más bien pocas cosas, quizá algo para sentarse, o quizá no, un sofá, dos sillones o puede que una alfombra azul y blanca sobre la que recordar mi infancia. Hay dos o tres ventanas en algún lugar, por las que entra luz y nacen las ideas, que me dejan ver el mundo cuando lo necesito. Muchas cajas a rebosar de vete a saber qué, donde puedes encontrar cosas viejas, cosas nuevas, cosas por descubrir e incluso algún día puede que me logré encontrar en ellas. Todo en silencio, lo mejor del silencio es que no existe y te permite escuchar la vida que hay a tu alrededor, porque la hay, el crujir de la madera, un corazón latir, el pasar de las páginas de un libro o el respirar de los árboles, ese es el silencio que debemos apreciar. Por último, las paredes pintadas de color sarcasmo y yo, en medio de todo, con probablemente una taza de té entre mis manos.

– ¿Y yo?

– Esos noventa metros cuadrados no tendrían sentido sin ti.

lunes, 13 de enero de 2014

Reescribiéndose

Escribía a todas horas. Siempre. No recuerdo momento en que no lo hiciese. Muchas veces me dolían las manos, el bolígrafo se quedaba marcado a fuego en la yema de mis dedos, pero no era lo que más me dolía, el dolor era separar el bolígrafo de la mano, al igual que una extremidad siendo amputada. Los lamía como quien se lame las heridas, e intentaba darles forma de dedos, como le daba forma a mis historias.

Lo plasmaba todo allá donde fuese, como una fotografía. A veces añadía detalles, otras veces me inventaba las historias. Escribía romance, suspense, terror, aventura, fantasía... Al principio no me dí cuenta, pero poco a poco fui comprendiendo. Lo vi. Me vi. Proyectaba mi vida en cada historia, escribía sobre mis miedos, sobre mis sueños, sobre mis romances -los hubiese tenido o no-, creaba aventuras que jamás podría tener. Y mi cara aparecía en cada personaje, en cada conversación. Estaba por todas partes, los coches, las calles, los edificios, cada ruido, cada silencio, todo era yo.

Me dio igual, incluso reí pensándolo. Me gustaba ser mi propio escrito, darle vida, compartirla con él. Era Dorian Gray, pero no sólo era un cuadro, era muchos, muchos cuadros que se intercalaban unos con otros en historias inconexas que contaban mi vida sin quererlo. Todos esos relatos me hacían y me cambiaban a medida que los escribía. Me sentía inmortal entre aquellas hojas.

Pero nunca nada fue como lo imaginé. En un momento dado paré a pensar. Estaba ciertamente cansado, toda esa energía, esa locura en la que me había envuelto escribiendo se disipó. No podía recordar nada, mi mente se había vaciado. Había proyectado toda mi vida en aquellas hojas y me había quedado sin nada. No sabía dónde estaba, era un lugar oscuro que no lograba reconocer. Tampoco sabía cuánto tiempo había pasado allí. Miré mis manos y solté un sonido sordo, un gorgoteo sin vida, no podía hablar, no sabía hablar, ni siquiera era capaz de expresar el horror de ver las manos de un viejo donde antes estaban las mías.

¿Quién era? Intenté gritar. Golpeé las paredes. No habían puertas ni ventanas. Sólo aquel escritorio de madera maciza inamovible estaba iluminado, sin ningún foco de luz aparente, y todo rodeado de hojas, de mi vida. Busqué mi origen, busqué quién era. Pero no me encontré, nada de lo que había escrito era yo. Me había reemplazado por sueños, había envenenado mi propia existencia, todo estaba corrompido por aquella tinta.

Ya lo tenía, podía cambiar todo aquello. Si tan sólo encontrase una hoja en blanco, podría escribirme de nuevo. Limpié el escritorio buscando un trozo de papel inmaculado. Lo encontré, aún podía evitar toda esa desesperación. Recogí el bolígrafo del suelo. Pero se me volvió a caer. Ni siquiera intenté gritar en esta ocasión. La hoja se escribía a si misma, y entonces lo comprendí, en mi último momento lo vi, esa era la última hoja en blanco, la última hoja de mi vida, el último cuadro, y yo era la historia.

jueves, 2 de enero de 2014

Uvas

Un elfo triste caminaba,
el camino era cruel.
Extrañamente cruel,
entonces, entre la nieve, pensó.
Pensó en como odiaba aquel camino,
en lo mucho que odiaba la Navidad.
Sus orejas eran ya redondas,
sus ojos, ahora marrones, le pesaban tanto que apenas veía el camino.
En sus últimos momentos maldijo,
no amó, no, maldijo, aquella vida, aquel lugar, aquel mundo.