jueves, 9 de septiembre de 2010

La verdad es la locura de los que no quieren saber

Y eran dos locos caminando por el patio del loquero. Dos almas que tiempo atrás perdieron el rumbo, navegando como un barco sin timón. Dando vueltas por el mar, un mar de locura en el cual no podían echar el ancla. Perdidos en la bruma, sin saber quienes eran. Ninguno de los dos se atrevía a preguntar, ninguno de los dos osaba hablar. Tanto uno como el otro temían la verdad. La verdad de que estaban locos, de que no tenían cura. La verdad que les quemaba por dentro y les atormentaba por las noches. Su locura era esa verdad, la verdad que se formaba a su alrededor. Las cuatro paredes de su celda, los pasillos de aquella cárcel y los muros que los enjaulaban en la verdad, en su locura. Nadie los miraba, estaban locos, ni ellos mismos atrevían a mirarse. Nadie los tocaba, estaban locos, ni ellos mismos atrevían a tocarse. Nadie les hablaba, estaban locos, ni ellos mismos se atrevían a hablar. Dormían y despertaban en la misma pesadilla. La pesadilla de su locura.

Mientras caminaban, uno de ellos tropezó con una de las piedras del jardín cayendo de bruces. Al levantar su magullada cara, observó el cielo. Un cielo azul que cegaba, notaba el calor del sol golpeando su cuerpo y la suave brisa de la mañana acariciando su pelo. Un rayo de luz lo despertó de su pesadilla, dándole algo por lo que vivir. La verdad que le había sido arrebatada podía ser suya. Se levantó renovado y voló hacía donde se encontraba la puerta. Los carceleros le prohibieron el paso. Volvió de nuevo al patio, vistiendo como un loco, sintiéndose como un loco, pero sabiendo que podría cambiarlo todo. Miró a su compañero loco, seguía inmerso en su verdad. La angustia recorrió todo su cuerpo haciéndole saber que debía salir de allí. Intentó escalar el muro, pero era demasiado alto y jamás podría superarlo.

Desesperado, comenzó a golpear el muro con sus manos, buscando la ansiada verdad, la libertad, el fin de su locura. Con cada golpe se hería las manos. A cada golpe, el siguiente era más fuerte. Cada golpe le llenaba de esperanza. Veía inmensos prados abrirse ante él, las nubes acariciar el cielo con sus sedosas manos, las aves volar sin temor. Quería ser prado, quería ser nube, quería ser ave. Pero el muro no cedía, cuanto más deseaba ver la nueva verdad del mundo más se hería. Aún así, no podía dejar de intentarlo. Quería volar por el cielo azul sin temer a lo terrenal, a lo falso, a su locura. Los golpes manchaban el muro de su roja y viscosa locura, salpicando su rostro, riéndose de él. A pesar de su insistencia el muro cada vez se hacía más alto y más grueso. Pero no podía abandonar, no quería convertirse en un loco, no quería aceptar esa verdad.

Golpeó con sus manos durante días, aún cuando se le quebraron los huesos, aún cuando no le quedaba ni una sola gota de sangre, siguió golpeando. Cayó dolorido, con sus manos ensangrentadas y la mirada fija en el cielo. Había perdido, seguía vistiendo como un loco, seguía sintiéndose como un loco, pero algo había cambiado.

Aquel loco, que aún loco, quiso ser otro. Murió bajo el húmedo prado, murió acariciando las nubes, murió siendo un ave.

3 comentarios:

  1. Esa locura en realidad nos envuelve a todos diariamente.

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  2. Joer Likan, me ha recordado demasiado a Platón... será que tengo deformación estudiantil...

    Hm... qué decir... Fuck yeah! para mi, ya sabes por qué...

    Enhorabuena por el escrito, y que tengas suerte con tu carrera de Historia sin Historia... xD. Kisses.

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