Me coloqué la toalla alrededor del cuerpo y crucé el piso a tientas, pues el humo hacía imposible ver lo que tenía delante. Empujé la puerta con todas mis fuerzas, era imposible girar el pomo para abrirla. Al segundo intento la madera cedió y la atravesé cayendo al suelo de bruces. La cara me ardía de dolor, golpee mis pantalones con fuerza intentando apagar las llamas que subían por él, por un momento pensé que me iba a carbonizar en aquel lugar. Conseguí salvarme sacrificando la toalla que en un instante se convirtió en un montón de ceniza candente. Tantee una posible salida, “Imposible” pensé, el pasillo se había convertido en una vorágine de llamas esperando a calcinar todo lo que se acercase. La única salida posible era la escalera de emergencia situada en el lateral del edificio.
Algo me alertó, un sonido casi inaudible, oía a alguien llorar. Grité con fuerza intentando dar con aquella voz. Caminé por todo el pasillo. El llanto se oía más fuerte, era un bebé llorando. No sabía si la escalera iba a resistir por mucho tiempo y si me retrasaba más seguramente quedaría atrapado, pero no podía eludir la llamada de socorro de aquella criatura. Aunque muriese en el intento si podía salvar aunque fuese esa vida, no lo habría hecho en vano. Crucé todo el pasillo agudizando el oído lo máximo posible. Apartamento Nº10, la puerta estaba cerrada a cal y canto. La golpee varias veces, pero no cedía, comencé a darle patadas una tras otra, sin dudar ni un instante, aguantando el dolor de cada impacto. Poco a poco el crujido de cada golpe aumentó, cuando ya estaba a punto de desfallecer mi pierna atravesó la madera. La abrí por el otro lado y crucé aquel infierno hasta el dormitorio principal, allí, sobre la cama se encontraba la criatura. La enrollé en su manta y la protegí con mi pecho. Abrí la ventana y comencé a bajar por las escaleras de metal. Miré hacia abajo, los bomberos seguían luchando ayudados por los vecinos quienes estaban colocando una colchoneta sobre la que poder saltar.
Me encontraba en el sexto piso, la escalera comenzaba a ceder bajo mis pies. Escuché una voz “¡Salte!”. Me la jugaba, todo o nada, me apoyé en la barandilla protegiendo al mocoso con los brazos y lo dejé todo en manos del destino. La caída fue más corta de lo que pensaba, ni siquiera me dio tiempo a replantearme mi vida. La colchoneta cumplió su función, estaba vivo. Lo había conseguido.
Sólo diré:
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