lunes, 21 de marzo de 2011

Noche de invierno

Nunca se había visto un invierno tan frío como ese. Caminaba pegado a su paraguas sin despegar la mirada del suelo, pies de plomo era en lo único que debía pensar. Aquella calle era una pendiente interminable de un pavimento pobre y desgastado que se desprendía a cada paso. Aquel trayecto no estaba lejos de un paseo por un campo de minas. Aún así, no quería hacer esperar a alguien tan importante.

El viento soplaba sin ninguna dirección en concreto. Los soplos de viento venían de tramontana, de poniente, de levante, golpeándolo sin mostrar piedad alguna con su frágil cuerpo. El paraguas quería sentirse aire, volar y dejar atrás las ataduras con el mundo terrenal. Sin embargo, él no podía dejarlo marchar pues suponía su única defensa contra la lluvia. Conforme más avanzaba, más fuerte era el viento y más agua caía. Aquel tira y afloja le hacía perder un tiempo que no tenía en aquella carrera a contrarreloj.

Ya hacía un buen rato que se había separado de su compañero de viaje. La escasa protección contra aquel feroz temporal no compensaba con los intentos de liberación de su compañero. Así que en una fuerte racha de viento lo había dejado partir, elevándose hasta lo más alto y perdiéndose entre las tormentosas nubes que se arremolinaban en torno a él. Su débil y viejo cuerpo se quejaba a gritos, unos gritos que se ahogaban entre el rugir de la lluvia, unos gritos que él mismo intentaba silenciar para poder continuar en su vital travesía.

Era indiscutible, se había convertido en el centro de la tormenta, su peor temor se había materializado por completo, si continuaba así no podría llegar a su importante cita. Su cuerpo temblaba tanto que le era prácticamente imposible dar un paso sin retroceder otros tres. Además, su cuerpo sufría los efectos del frío y la humedad, no tardaría demasiado en comenzar a toser escarcha. Ni siquiera veía por donde andaba, aquella tediosa lluvia le golpeaba de frente y por mucho que intentase evitarlo, debía cerrar los ojos para darle un descanso a sus malogrados ojos. Oía pasos detrás de él, el tic-tac del reloj se le echaba encima.

Pero cuando todo parecía perdido, cuando sentía como caía rodando por la pendiente, un último paso lo llevó al lugar que buscaba. Aquel escarpado camino ya quedaba atrás y con ello, la lluvia parecía menos lluvia y el viento menos viento. Delante de él se encontraba el lugar de reposo eterno, el lugar hacia donde se había estado dirigiendo toda su vida, sin siquiera darse cuenta.

Lo atravesó en silencio, evitando faltar el respeto de aquellos que tenían la suerte de descansar. Tanteó con sus cansados ojos hasta encontrar el lugar de su cita. Una sonrisa se dibujo en su cara al ver que, aunque pareciese realmente imposible, había llegado pronto. Tan pronto que incluso se permitió reposar su espalda y sentarse a recuperar aquel aliento tan importante en la vida de uno, un aliento que marcaba a las personas para siempre.

Escuchó pasos a su alrededor, pero no vio llegar a quien había esperado durante tanto tiempo hasta que lo tuvo justo enfrente. Una muchacha de mediana edad había aparecido enfrente de él. Su mirada se perdía en los cientos de lechos que se abrían ante ellos, su tez era de un blanco puro roto únicamente por un leve sonrojo en sus mejillas, vestía un largo vestido negro que le cubría hasta las rodillas y aunque iba descalza, no rompía la armonía en su apariencia. Sus ojos cambiaron de expresión, mostrando un deje de preocupación e incógnita hacia su acompañante de aquella tormentosa noche.

– ¿Por qué? – preguntó preocupada, no por el simple hecho de la respuesta, sino por no entenderlo por ella misma.

– No entiendo a que te refieres – respondió con una mirada tranquila, tranquilidad que no hacía más que inquietarla.

– Podrías haber intentado huir – musitó taciturna – Todos lo hacen, con mayor o menor éxito.

– Pero, igualmente todos fracasan – dijo mientras respiraba aquel aire fresco de madrugada que le calaba todos los pulmones – No quería que mi última acción fuese recordada como un fracaso. A fin de cuentas, ¿hay quizá alguna otra elección? ¿podemos siquiera oponernos a ello?

No hizo ademán de contestar, caminó por el frío fango meditando aquellas palabras, unas palabras que resonaban en su cabeza. No recordaba algo igual, era fácil para ella hacer las cosas cuando siempre sucedían de la misma forma. Las mismas súplicas, las mismas lágrimas, las mismas escusas. No podía sentirse superior a alguien que no se había arrodillado cobardemente, sin asumir la realidad. No, ahora eran prácticamente iguales.

– Si te soy sincera – comenzó a hablar de forma pausada, como si cada palabra fuese para ella un indescifrable galimatías – Nadie tiene elección... ni siquiera yo la he tenido en algún momento.

Tras estas palabras de sentencia se acercó a su acompañante y le besó. Un beso que le robó aquello que con tanto esfuerzo había atesorado y guardado durante toda la vida.

Su último suspiro se desvaneció en el aire y cayó al suelo mientras sonreía al ver aquel inmenso prado abrirse ante él.


2 comentarios:

  1. Hi Likan! Mola un montón la historia, aunque hay un par de cosas que no entiendo, dado que soy un retarded. A ver si en el próximo bus me las explicas. Kisses bandido.

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