miércoles, 27 de febrero de 2013

Atrapado

Cada mañana despierto con un frío aliento en mi nuca. Ese odioso helor recorre toda mi espalda hasta que consigo espabilarme por completo. Me detengo, ya vestido, en el umbral de mi habitación. Una extraña sensación nace en mi estómago para acabar estrellándose en las sienes. Miro de reojo hacía la cama, esperando encontrar algo que sé que no puede estar ahí. Todas las mañanas sucede exactamente lo mismo. Pero esta locura es normal en la época del año en la que nos encontramos. El invierno llegó hará unos meses, metiéndonos de lleno en la densa niebla y la espesa nieve. Aún queda mucho para que el sol vuelva a brillar sobre nuestras cabezas.

No me quejo. Es un pueblo tranquilo, la gente es agradable y tengo un buen trabajo. Pero es este frío, que te cala los huesos enfriándote hasta el carácter. A nadie le gusta que fallen los generadores eléctricos, que se congelen las cañerías o quedarse incomunicado durante varios días. Es el precio que hay que pagar por la tranquilidad de vivir alejados de la mano del hombre.

Al asomarme por la ventana unos ligeros copos de nieve golpean mi cara con tal levedad que consiguen retomar su descenso como pioneros de la jodida ventisca que se avecina. Las previsiones meteorológicas son bastante más pesimistas que de costumbre, lo que ellos consideran la gran nevada del siglo para nosotros es sólo otro día más en este témpano al que llamamos hogar. Suerte que mi difunto padre fuese bastante paranoico con la idea de morir de frío y hambre en casa. Supongo que no me faltarán provisiones.

Echo de menos al viejo. Nuestra relación no era perfecta, ni mucho menos, pero pasamos algún que otro buen momento. Él me metió en la cabeza la idea de ser notario. Me trasladé a vivir aquí cuando falleció hará cosa de un año. Soy el único heredero en su testamento, nunca le importó una mierda el resto de su familia, llegué a heredar incluso su puesto de trabajo. La demencia senil fue a peor en los últimos meses. Los del hospital me contaron que se pasaba horas farfullando historias sin sentido y que se le veía todo el tiempo aterrado por lo que su propia mente le hacía ver. Me estremezco de pensarlo, me hubiese gustado verlo una última vez.

Mientras desayuno en la sala de estar observo algo que había pasado desapercibido en las últimas semanas, una pequeña grieta en la pared, no más allá de una simple línea dibujándose desde una de las ventanas hasta el marco de la habitación formando una especie de mueca. La casa ya era vieja cuando la compró mi padre y el tiempo pasa el doble de rápido con este tiempo tan irregular. De todas formas una grieta en una pared de escayola no es algo muy alarmante. El timbre de la entrada me saca de mis pensamientos, es extraño que alguien quiera verme a pocas horas de que arrecie la ventisca. Conforme me voy acercando a la puerta noto un leve silbido en los oídos, algo casi imperceptible, algo que cuando me gire sé que desaparecerá. El silbido desaparece antes incluso de girarme, otro ruido pone mis sentidos en alerta. Encima mío, en el techo, unas diminutas pisadas y el roer de lo que seguramente sea una rata. Perfecto, al menos no pasaré la ventisca solo.

La puerta chirría advirtiéndome algo que ya sé. No hay nadie. Puede que el timbre de la puerta esté roto, o quizá no. No voy a preguntar si hay alguien, pues sé que no lo hay. A lo mejor no estoy hecho para un invierno tan duro. O quizá sólo estoy algo estresado por lo que pasó con mi padre. Nada más volver adentro la corriente creada entre la casa y el portal provoca un clamoroso portazo. Mis nervios se quiebran como lo hace la arcilla al ser amasada durante demasiado tiempo y suelto un pequeño grito. Tardo unos largos segundos en reaccionar, aún temeroso me acerco a la puerta, preguntándome sobre qué busco en realidad. Contengo la respiración y pego la cara a la puerta intentando captar algún sonido más allá de la gruesa madera. No consigo oír nada aparte de mi forzada respiración y el constante bombeo de sangre de mi agitado corazón. Es de locos. Intento tranquilizarme, cierro los ojos pensando en lo estúpido que es todo esto y cuando por fin parece que consigo calmarme noto en el cogote una ligera sensación de calidez, la calidez se convierte en un suspiro tan helado que comienzo a tiritar, pero no de frío. Un temor tan grande como la certeza de que al volverme no habrá nada a lo que temer.

Recorro toda la casa armado con un cuchillo de cocina y la falsa seguridad de poder cortar fantasmas. Abro todas las puertas, enciendo todas las luces y me cercioro de que no hay nada en ningún rincón. No sé bien que estoy haciendo, me veo a mi mismo parado en el trastero mirando con los ojos desorbitados unos estantes completamente vacíos. Me da miedo estar perdiendo la cabeza. Me vendría bien una ducha caliente, pero no hay agua. Maldigo mi suerte mientras cierro la puerta pero ésta se cierra de golpe. No hay corriente. Oigo unos ligeros golpes al otro lado, unos golpes que se convierten en una lluvia de puñetazos. Intento abrir la puerta, pero el pomo no cede. Doy unos pequeños pasos hacia atrás, completamente helado por el miedo a lo desconocido. Los golpes son cada vez más fuertes, no sé como, pero se sincronizan con el latido de mi corazón, que cada vez es más rápido y temo pensar que no soy yo quien marca el ritmo. Dejo el cuchillo en el suelo y en un acto desesperado me lanzo con el costado para intentar abrir la puerta, cede bajo mi peso y se abre, los golpes cesan. Ojalá hubiese algo al otro lado, pero no, mi temor se alimenta de no saber que pasa, de pensar que me vuelvo loco.

Cuando todo parecía que no podía ir peor, oigo unos pasos detrás de mi y la puerta se cierra encerrándome en el trastero. Me levanto alarmado buscando el pomo entre la oscuridad. Sea quien sea quien me esté causando esto corre como alma que lleva el diablo a lo largo del pasillo. Abro la puerta y lo sigo. ¡Eso es! Sólo puede ser un ladrón, un intruso que buscase robar cuando nadie pudiera ayudarme. Lo sigo hasta la pequeña galería de la casa, aún con el cuchillo en la mano. Grito desafiante para poder verle la cara pero la casa está completamente vacía. Colocó el cuchillo en su sitio y me pasó las manos por la cara, masajeándome las sienes para intentar relajarme. Oigo a esa rata otra vez, rascando en el techo. Intento olvidarme de ello, pero insiste y mi paciencia se agotó hace un rato.

Armado con una linterna me dirijo de nuevo hacía la galería. Al comprar la casa mi padre me comentó que había un extraño altillo construido en la galería. Más o menos como un conducto de ventilación y lo suficientemente resistente para aguantar el peso de las cajas, no era muy alto, pero sí bastante largo. Al morir mi padre lo vacié por completo, puede que la rata se colara por ahí y subiese por la pared hacia el techo. Ayudándome de una escalera consigo colarme en el maldito altillo. Al iluminarlo con la linterna me fijo en que no lo recordaba tan largo. Me arrastro con dificultad, pero necesito una victoria hoy y acabar con esa rata quizá ponga fin a esta locura. El agobio no tarda en llegar por lo escueto del espacio para maniobrar. La ventisca ruge con fuerza en la calle. Tengo que aguantar varios días en esta casa como sea. Tras arrastrarme unos metros me fijo extrañado en algo de lo que no me había percatado. Justo al final del altillo, en la pared, había un agujero, obviamente por donde la rata había entrado, pero demasiado grande como para que lo hubiese hecho un pequeño roedor. ¿El viejo había intentado hacer reformas? Me arrastro un último metro, noto de nuevo ese desagradable pitido en los oídos. Puede que tenga algo de claustrofobia, pero tengo que asegurarme de no tener un nido de ratas.

Saco la linterna por el agujero y intento ver algo, pero el espacio no me permite mucho más, meto el brazo para intentar palpar algo. No alcanzo nada. Cuando lo saco, con cuidado de no enganchar la camisa con nada, mis manos rozan algo. No sé si es una rata, no se mueve y no tiene pelo, lo intento seguir palpando pero pierdo la referencia y ya no consigo encontrarlo. Algo me agarra con fuerza de la muñeca cuando casi tengo la mano fuera y tira de mi hacía abajo. Hace tanta fuerza que me da la sensación de que me va a arrancar el brazo. Apoyo la otra mano en la pared para intentar hacer fuerza y liberarme, pero parece no ceder. Los oídos me pitan con tanta fuerza que ya no oigo la ventisca. Tras unos segundos de forcejeo consigo liberarme y hacerme hacia atrás. ¡Mierda! El altillo es tan estrecho que no puedo darme la vuelta. Repto como mis fuerzas me lo permiten hacia atrás. Algo llama mi atención más que el miedo que siento. Tras el forcejeo he olvidado la linterna al lado del agujero. Miro y por fin mis ojos encuentran lo que buscaban, al final, mirándome con una cara completamente desfigurada. La criatura clava su mirada en mí, sin pestañear, casi sin inmutarse. Trago saliva, ahora hubiese preferido no saber que era lo que me atormentaba.

No sé como, pero aquel ser consigue abrirse paso a través del agujero. Me apuro en mi torpe huida, serpenteando como puedo. Pero estoy tan rígido que no consigo que mis músculos me obedezcan. Se sigue acercando, con una lentitud espasmódica, no emite ningún sonido aparte del ruido de su cuerpo golpeando las paredes del altillo. Yo también estoy en completo silencio, no emito sonido alguno ni con mis jadeos, el miedo es amo y señor de mi cuerpo. Tan absorto estoy en mi huida que no recuerdo la altura del altillo, ni la escalera. Mis piernas se enredan con la escalera al salir y caigo con todo, dándome un tremendo golpe en la cabeza.

Me despierto como si me hubiese despeñado por un acantilado formando un extraño escorzo junto a la escalera. No sé bien que ha pasado, puede que sólo fuese un sueño o algo producto de los nervios. Mi corazón sigue bombeando más rápido de lo que mi cuerpo puede procesar el oxígeno de la sangre. Estoy extasiado, pero a pesar de todo necesito saberlo, me subo a la escalera y aún con dudas en mi cabeza miro en el altillo. No hay nada. Está vacío. Suspiro aliviado por un segundo y bajo de la escalera para intentar olvidar este día. Es gracioso como durante uno o dos minutos tras despertar no tienes una clara noción de la realidad. Noto algo en el rabillo del ojo, esa sensación detrás de la oreja que te indica que algo no va bien. Está ahí, de pie, siempre lo ha estado. Al girarme desaparece, pero sé que volverá.

Llevo sentado varias horas en el suelo de la sala de estar, con todas las luces encendidas y todas las puertas abiertas. La ventisca golpea la casa con tanta fuerza que parece que vaya a salir volando, estoy atrapado. Aún si quisiese huir, no podría abrir la puerta de tanto que ha nevado. Casi ni pestañeo, lo oigo rascando en el techo y las paredes. Suspiro con la desgana de alguien que sabe que ya ha perdido una batalla que ni ha empezado. La luz parpadea varias veces hasta apagarse por completo, el generador no funciona. Hundo mi cara entre las piernas y espero. Sólo oigo algo entre el ruido de la ventisca, una respiración, y no es la mía.

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