domingo, 28 de agosto de 2011

Molino

Traqueteaba el molino a primera hora de la mañana. Sus aspas giraban cargando en ellas la luz de un nuevo amanecer. Las toscas piedras que lo formaban temblaban de viejas que estaban, quejándose tras el paso de cientos de locos que quisieron combatirlo. El campo lucía distinto esa mañana, el rocío depositado por la noche hacía brillar esas miles de pequeñas gotas con el reflejo del sol. En un instante se formaron cientos de pequeños arco iris sólo visibles para las propias briznas de hierba. Que afortunado se sentía el campo de ser campo. El viento sonreía al silbar entre las sinuosas colinas, golpeándose de frente contra aquellas impasibles aspas que seguían su curso una y otra vez, sin apenas detenerse a descansar. Que pena para el molino no tener ojos y contemplar él mismo aquel momento. Pero no había que lamentar, pues el molino sentía el campo vibrar bajo sus pies, pues era un molino de Castilla. Un molino de aquellos que se convertían en gigantes en las mentes de grandes escritores, uno de aquellos que tras las mejoras tecnológicas no cejaba en su empeño de seguir viviendo, un molino de esos que nuestra mente siempre recuerda como molino. Molino, al fin y al cabo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario